viernes, 26 de enero de 2007

Monturaqui: La Realidad de un Sueño



Texto: Camilo Rada y Ricardo Demarco

Todo comenzó un Sábado como cualquier otro en el Observatorio de ACHAYA (Asociación Chilena de Astronomía y Astronáutica). Allí, un socio mencionó que existía un Cráter de meteorito llamado Moturaqui, Mataraqui o algo así, lo que fue la ignición de una larga aventura hacia el desierto y los confines del tiempo.

A continuación relataremos de manera entretenida los acontecimientos que se sucedieron en esta aventura.

Capítulo 1: Acortando Distancias

Capítulo 2: Al encuentro

Capítulo 3: La bolsa amarilla

Capítulo 4: El Lobo

Capítulo 5: Viaje al centro de la tierra

Capítulo 6: El primer adiós

Capítulo 7: Monturaqui 1999



CAPÍTULO PRIMERO: ACORTANDO DISTANCIAS

La noche estaba completamente estrellada. Levantabamos nuestros ojos para contemplar la belleza del paisaje sobre nuestras cabezas y comenzamos a conversar sobre las maravillas del cosmos. No lejos de nosotros, a unos 50 metros, se encontraban las carpas que, a partir de ahora, iban a convertirse en nuestros pequeños hogares. Eran las 22:00 hrs. aproximadamente y nos encontrábamos en Baquedano, localidad distante unos 72 kilómetros al norte de Antofagasta, lugar que correspondía al primero de nuestros campamentos en la aventura que estabamos comenzando. Hacía tan solo algunas horas atrás que el grupo total de 23 expedicionarios se había reunido en Antofagasta, después del largo y agotador viaje del último de los dos grupos que habían partido desde la capital. El día anterior, el primer grupo había llegado a Antofagasta para conversar con el astrónomo Luis Barrera, de la Universidad Católica del Norte, quien ha orientado esfuerzos hacia el estudio de cráteres de impacto meteóricos en nuestro país. Luis Barrera nos proporcionó toda la información necesaria para terminar con éxito nuestra expedición. Ahora nos encontrábamos todos a la espera de poder continuar al día siguiente nuestra aproximación a lo que hasta ahora sólo conocíamos por referencias y fotografías: el cráter de meteorito llamado Monturaqui.

Luego de repasar las actividades a realizar durante el siguiente día, todo el grupo se fue a recargar energías para poder iniciar la aproximación inicial lo más temprano posible. Esta consistía en ir desde Baquedano hasta el poblado de Peine, lugar donde montaríamos el segundo campamento. A la mañana siguiente, a eso de las 07:00 hrs., cada grupo comenzó a salir de sus respectivas «casas». El frío matutino se hacía sentir con gran intensidad. La aparición del astro rey tras los contornos desérticos de la zona, nos hizo paulatinamente recobrarnos de las bajísimas temperaturas. Siguiendo el plan diseñado, se procedió con el abastecimiento del agua y del combustible, mientras paralelamente se levantaba el campo 1. Una vez cargadas las únicas dos camionetas con las que contaba la expedición, se comenzó el cruce del desierto con dirección a Peine. Mientras una parte del grupo se adentraba por una carretera que conducía directo hacia el Salar de Atacama, la otra debía esperar el regreso de las camionetas que volverían para trasladarlos al lugar del segundo campamento. La operación de traslado de todo el equipo y los miembros de la expedición desde Baquedano a Peine duró mucho más de lo planeado, completándose exitosamente esta etapa de la expedición alrededor de las 10:30 PM, hora a la que llegó al campo 2 el resto del grupo. La noche fue menos fría que la anterior. Durante la tarde había sido posible disfrutar de un exquisito baño en la piscina del pueblo, además de recorrerlo, documentarse un poco con la gente del lugar y contemplar una hermosa puesta de sol. Una fogata sirvió de centro de reunión para conversar, cantar y pasarlo bien, olvidando las tensiones de la aproximación. Además, dos telescopios permitían acercarnos a los planetas y las estrellas desde tan singular rincón del desierto de Atacama.




CAPÍTULO SEGUNDO: AL ENCUENTRO...

A la siguiente mañana, la levantada fue un poco más temprano que de costumbre. Había llegado el día más esperado por todos. El objetivo a cumplir ese día era el de llegar al cráter mismo. Un grupo de avanzada dio inicio a la aproximación final emprendiendo viaje desde Peine hasta el lugar de impacto del meteorito. Con GPSs, mapas y fotografías comenzó algo así como «la búsqueda del tesoro». Nunca antes alguien de nosotros había completado con éxito la aproximación. La ruta a seguir sólo la conocíamos por referencias, y en realidad, de acuerdo a la información que pudimos conseguir al respecto, se trataba de una muy complicada. Lo más probable era que tendríamos que llegar con las camionetas lo más cerca posible del cráter, transitando por quebradas de difícil acceso, y completar la aproximación a pie, sin poder llegar con éstas al objetivo mismo. Sin embargo, manejábamos también una información que hacía referencia a un camino nuevo que se aproximaba bastante y además sin problemas, al cráter. Las camionetas se adentraron en el desierto más árido del planeta, dejando tras de sí una estela de polvo que podía ser vista a gran distancia. De pronto, nos detuvimos. Parecía que habíamos errado la ruta. Sin embargo, por alguna razón, decidimos continuar por el camino que llevábamos y ver hacia donde conducia. Así, nos dimos cuenta que en realidad íbamos por buen camino; a la distancia se apreciaba el cerro Tambillo, distante pocos kilómetros del cráter, así como también se veía una delgada franja que se aproximaba serpenteante a dicho cerro: sin querer habíamos encontrado el camino nuevo que nos conduciría directo a la meta. La ruta que seguíamos era nueva, tenía apenas 8 meses, de modo que no había ninguna posibilidad que figurara en los mapas que llevábamos. Este camino había sido construido para facilitar la intalación de una red de torres de alta tensión, destinadas a traer energía eléctrica desde Argentina. En pocos minutos dimos con el campamento de la gente encargada del levatamiento de las torres. Tras conversar con uno de los encargados, supimos que verdaderamente este camino pasaba a un costado del cerro Tambillo, pudiendo darnos cuenta, además, del completo desconocimiento de estas personas sobre la existencia del cráter. La primera información nos alegró tremendamente y en fracciones de segundo ya nos encontrábamos en camino de lograr nuestro sueño.

Las camionetas avanzaban sin problemas por un camino serpeante y polvoriento, rodeado por un hermoso paisaje. En poco tiempo pudimos ver aún más de cerca el Tambillo. El entusiasmo y la alegría crecía cada vez más. Los mapas y los GPSs nos indicaban que el cráter estaba ya cerca. Nos detuvimos. De acuerdo a los datos de nuestra posición, estimamos que estábamos a escasos 1500 metros de distancia del objetivo. Decidimos que lo mejor era dejar las camionetas y aproximarnos a pie, a campo traviesa, directo al cráter. La emoción creció. Entre las piedras del terreno se hacían oir nuestras pisadas que a cada instante parecían ir más de prisa. Una gran quebrada aparecía como obstáculo en nuestro ataque final. Sin problemas, esta fue sorteada, sin dejar de maravillarnos por lo hermoso de nuestro alrededor. A estas alturas, nuestro grupo de avanzada, compuesto de 14 personas, se había separado en pequeños grupos que realizaban su propia aproximación por rutas independientes. En un momento pareció como si cada grupo estuviera compitiendo por llegar primero a la meta. La emoción crecía a cada segundo. Los GPSs indicaban que el cráter no podía estar distante más de 100 metros. El corazón latía con fuerza. De pronto, uno de los grupos, formado por Hermann Manríquez y Ricardo Demarco (uno de los autores de esta nota) se encontró a escasos metros de un pequeño levantamiento del terreno. La felicidad ya no podía ser contenida. Ansiosamente, avanzaron unos pasos y quedaron atónitos. Una enorme cavidad de 400 metros de diámetro y 45 metros de profundidad se mostraba a sus pies, lugar donde un viajero extraterrestre decidió terminar con su peregrinaje por el Sistema Solar. Los abrazos y los gritos de alegría eran señal inequívoca que la expedición había logrado éxito: Monturaqui, el cráter de meteorito que se había convertido en un objetivo soñado, era ya una realidad. Las manifestaciones de alegría fueron rápidamente vistas por los demás grupos. Así, Camilo Rada (uno de los autores de esta nota) se unió casi de inmediato a los festejos, a los que poco a poco se fueron sumando los más rezagados. Luego se procedió a tomar la infaltable fotografía del grupo de avance en la sima misma del cráter, donde la conversación tendía a definir una infinidad de "primeros", primero en "llegar al cráter", primero en "ver el cráter", primero en "bajar al cráter", primero en "correr por el cráter", etc... Tras los festejos, saludos y otros actos de catársis, nos volcamos a descubrir una ruta que permitiera la aproximación de las camionetas al cráter, ruta que fue finalmente encontrada siguiendo en un principio al histórico Camino del Inca y luego cortando serpenteante hacia el majestuoso cráter. Luego de bajar el equipo y los 230 litros del vital elemento que nos abastecerían durante la estadía, comezamos a armar el campamento final, mientras las camionetas y sus abnegados choferes regresaban a Peine, para contar la buena nueva y traer al resto del grupo.




CAPÍTULO TERCERO: LA BOLSA AMARILLA

Mientras las camionetas se alejaban, co-menzaron las labores domésticas, tales como armar las carpas, definir el baño, instalar el depósito de agua, preparar la comida, etc. Finalmente, nos dimos un merecido descanso a la espera del resto de nuestros compañeros, mientras contemplábamos un particular ocaso como fondo tras la suave silueta del cráter. Con las camionetas aún en camino y la luz en descenso, veíamos cada vez más dificil que hallasen el camino de regreso, por lo que al pasar las horas comenzamos a preocuparnos. Sin embargo, sabíamos que se había dejado una señal al comienzo de la huella que se sale de la vía principal y que llega al cráter: una notable, vistosa y bien ubicada Bolsa Amarilla. Cual fuera nuestra sorpresa cuando llegaron las camionetas cargadas de gente apelando a viva voz acerca de las virtudes de la Bolsa Amarilla. El descontento y las protestas eran evidentes. Luego de calmarse los ánimos, se nos informó que dicha señal había pasado desapercibida, nadie la vio, lo cual hizo que se pasaran del desvío por varios kilómetros lo que produjo algunos ánimos perturbados que más tarde fueran origen de las únicas críticas que se hicieron a la expedición. Luego de una rápida acción conjunta del grupo para acomodar a los recién llegados y resguardarlos del intenso y frío viento que nos envolvía, se realizaron las ultimas actividades de la jornada, ya dentro de las carpas, en pequeñas reuniones se comentaron las aventuras del día y lo estimulante que resultaba estar ya todos en el lugar de los hechos, a solo horas del inicio de las tan ansiadas actividades de investigación que hasta aquí nos habían movilizado. La noche por cierto, se mostraba con muy escasa nubosidad, por lo que se dejaba ver un hermoso cielo que exponía sin pudor alguno sus más bellas facciones, por ejemplo se podía uno deleitar ante la clara vista de Andrómeda, el objeto más lejano visible a simple vista (y aquí sí que era visible a simple vista). Destacaban y saltaban a la vista de los intrusos, las claras Nubes de Magallanes y el obscuro saco de carbón, y para nuestra suerte se asomaban por el norte constelaciones boreales tan hermosas como Cygnus, Lira y Hércules, las que en otras veladas entre el cielo y el viento nos mostrarían algunas de sus joyas.

A la mañana siguiente, los primeros rayos del alba lograron rápidamente desentumir a los más friolentos y calentar las carpas, apresurando la levantada de los últimos viajeros arribados al lugar, pues se les presentaba ahora la primera posibilidad de contemplar el cráter en todo su esplendor y majestad. De esta forma, nuestra primera mañana en Monturaqui comenzó bastante rápida y eficiente, pues luego de los desayunos se procedió inmediatamente a organizar la búsqueda de las muestras; para esto se expusieron las fotos y piezas de lo que buscábamos, a manera de quien da a oler a un sabueso un trozo de ropa para que inicie el rastreo. Tras repartir a todos un manojo de tiras plásticas amarillas a manera de marcadores, y de establecer una nomenclatura práctica que a través de nudos en las marcas especificaba la distribución de muestras, partimos todos al extremo sur del cráter de donde con un notable ánimo y modesta esperanza de encontrar los casi mitificados Iron Shales , iniciábamos la búsqueda que al poco rato cubriría gran parte del borde del cráter de decenas de seres cabizbajos y de apariencia meditabunda, que a paso lento recorrían las áridas rocas con mirada inquisitiva y movimientos tambaleantes que en algunos casos hacían dudar de la integridad etílica de los participantes de esta empresa. Luego de escasos minutos me preguntaron: ¿ Oye, no será por casualidad... en una de esas... pues uno nunca sabe... quizás esto es algo parecido a... tal vez algo así como un coso de esos... como más o menos parecido a... un... Iron Shale? ¿eh?, ¿a ver?... ¡Sí! Y efectivamente no pasaron más de 10 minutos antes de que se hallara la primera de las preciadas muestras, la que fue seguida luego por varias más. Respecto a las impactitas parecía ya casi chistoso, pues en el lugar de donde se inició la búsqueda era difícil hallar un metro cuadrado que no contuviese varias impactitas, produciendo la desesperante sensación de necesitar una marca plástica de varios metros, pues con las que teníamos la tarea se atisbaba bastante larga. Mas tarde llegando al extremo Este del cráter, la paz de la búsqueda se vio interrumpida por un grito de mensaje fascinante que pregonaba ¡El tesoro, El tesoro, encontré el tesoro [meteorito]!, y que emanaba de la boca de Ricardo Demarco, el que con gestos de expresa euforia, alucinaba frente a la vista de un hermoso grupo de rocas evidentemente metálicas que frente al imán se comportaban como una herradura. La primera impresión era fascinante, pero luego de un examen escéptico de las muestras, digno de quien estudia ciencias, nos convencimos que se trataba tan solo de una curiosidad geológica dentro de la diversidad pétrea del lugar, la que sin duda para nuestros ojos inexpertos podía resultar como un análogo del "oro de los tontos".

Finalmente la jornada se vio relajada por un almuerzo y las conversas que se iniciaban con grupos que contemplaban la inmensidad del cráter, o en las socializaciones de un par de solitarios sabuesos buscadores de piedras. Existieron por fortuna, acaloradas y productivas "sesiones" acerca de la fisonomía y naturaleza del cráter, de forma que poco a poco se nos iba aclarando la película acerca de lo allí sucedido hace cientos de miles de años, generando "in situ" una excitante sensación de descubrirríiento, y comprensión del agitado pasado que escondían estas calladas piedras. Ya por la tarde, el cráter se hallaba regado de marcas amarillas que luego serian anotadas y retiradas, el animo era tranquilo, de contemplación y paz, la que fue claramente perturbada por un incidente "pirotécnico" pues un anafe hizo de las suyas al tratar de ser operado por uno de los más expertos en dichas tareas, quien terminó medio chamuscado y con una gran cantidad de adrenalina en las venas, pues se vio relativamente cerca de la plena incineración de una carpa (que por cierto no era la suya). Luego, tras el ocaso, el frío y el viento se apoderaron del lugar, produciendo "principios de deserción" en varios de los que estábamos ansiosos de romper el esquema del día y voltear la vista del suelo al cielo. Finalmente la voluntad de enfrentarse al clima fue con creces recompensada pues los más afortunados pudimos deleitarnos con más de una galaxia o nebulosa e incluso pudimos observar claramente la nebulosa Norteamérica, ¡con unos simples binoculares 7x50! Antes de las aventuras astronómicas, ya nos habíamos reunido en las carpas más grandes para conversar y afinar la levantada y el trabajo del día siguiente. Así, ya cansados, nos vertimos por completo a nuestros sueños, los que arrullados por el viento nos llevaron a través de una noche para algunos fría, pero sin duda reponedora.


CAPÍTULO CUARTO: EL LOBO

Por cuarta vez veíamos levantarse el Sol sobre estas áridas tierras nortinas, y con renovadas energías nos dispusimos a enfrentar el penetrante frío matinal con un café, té o una leche caliente, y cual no fuera la impresión cuando varios se percataron de que ollas, platos y cubiertos se hallaban firmemente unidos por un sólido bloque de hielo que un día fuera el agua para remojar los trastos sucios, así tras separar lo unido y descongelar lo congelado empezamos a organizar la aventura del día: "Encontrar Tilocalar". Este cráter, el segundo y último de la expedición se hallaba a poco más de diez kilómetros al Este de Monturaqui, para hallarlo contábamos con cartas (mapas) de la zona, fotografías aéreas y GPS's, además de mucho animo e insuficiente experiencia en crear rutas en estos terrenos. Sin más, algo después de lo planeado, un grupo de aproximadamente diez personas se montó a la camioneta mejor equipada (120 litros de bencina extra y dos ruedas de repuesto) y partimos hacia la imponente cordillera que se alzaba con volcanes y altos nevados. Luego de deshacer parte del camino que nos condujo a Monturaqui, llegamos a las instalaciones de los que ejecutaban la postación, donde nos informamos acerca de los caminos por ellos construidos (estaban instalando una línea de alta tensión que atravesaba Chile de Este a Oeste). Finalmente decidimos aventurarnos por uno de ellos, pues esperábamos nos acercara bastante a nuestro objetivo. El paisaje visto desde el camino era hermoso, de hecho una pequeña pausa permitió inmortalizarlo junto a los expedicionarios. El camino poco a poco presentaba pasos más y más complicados, que permitieron lucirse a los choferes que en esta oportunidad conducían las camionetas, realmente nos podíamos sentir seguros con ellos al volante, aunque no se puede negar que frente a curvas, grandes pendientes y acantilados muchos estómagos se retorcieron un poco. Finalmente, al subir una pequeña loma apareció frente a nosotros el enorme macizo café obscuro que se observaba en las fotos aéreas, y que vaticinaba el éxito de nuestra búsqueda, nos separamos del camino que seguíamos y empezamos a seguir sendas sutiles y efímeras que a tramos prácticamente desaparecían, aquí la marcha era lenta, un grupo de gente caminaba frente a la camioneta despejando las piedras y esperando que más adelante el camino permitiera un ritmo más fluido. De pronto el diáfano aire se impregnó de un extraño aroma a «caja-de-cambio-de-camioneta-Hilux-quemada», así los expertos decidieron dejar las camionetas y continuar el camino a pie.

Luego de equiparse con todo lo necesario y de marcar la posición de la camioneta con el GPS, iniciamos la última etapa del aproximamiento, a poco andar, y tras unos pequeños problemitas con Ami, la expedicionaria más joven, nos encontramos con un verdadero parque de esculturas, pues el cerro se hallaba cubierto de enormes rocas con formas extrañas y grandes socavones que en algunos casos podían cobijar a varias personas en su interior, las formas eran hermosas y recordaban dinosaurios, catedrales, perros, etc. Nuestros compañeros geógrafos, nos enseñaron que se llaman Tafonis y que les impresionaba verlos aquí pues están asociados a un tipo particular de erosión de la roca en que la sal marina jugaba un papel fundamental, así supusimos que el salar, que está a poco más de 20 Km. al Norte, generaba aquí las condiciones necesarias para producir estas impresionantes estructuras. Continuamos muy bien guiados por las fotos aéreas, ya que los abruptos cambios de color en el terreno nos permitían saber donde estábamos y hacia donde estaba el cráter. Así, tras una complicada marcha entre rocas y abruptas quebradas llegamos finalmente al cráter de Tilocalar, hermoso, enorme; emplazado en un terreno volcánico, mostraba muchas similitudes y diferencias con Monturaqui. Lo primero que saltaba a la vista, era el manchón de sedimentos blancos en el fondo del cráter, y las formas de algunas de las laderas y regueras del cráter, ambas cosas muy similares a lo visto en Monturaqui. La diferencia era principalmente el terreno, el que, al estar cubierto de escorias volcánicas, nos parecía imposible encontrar impactitas aunque estuviese regado de ellas. También la forma era muy distinta, pues el margen Sur de este cráter era bastante irregular y muy erosionado, observándose además mucha más vegetación seca al interior, lo que acusaba más agua y con ello erosión. Luego de comer, beber y descansar un poco de la marcha y el implacable sol, nos dispusimos a recorrer el sector, pues la partida debía empezar pronto si queríamos llegar con luz a la camioneta. Durante aproximadamente una hora pudimos fotografiar y observar el cráter, además de tomar algunas muestras del terreno.

A la camioneta llegamos exactamente en el atardecer, de hecho antes de partir tuvimos que esperar a los fotógrafos mientras inmortalizaban el ocaso. El regreso fue emocionante en las partes más complejas del camino. Luego, ya pasada la postación sólo nos quedaba poner atención para no correr la misma suerte de nuestros compañeros dos días antes (capítulo 3), así llegamos perfectamente al desvío y luego al tambo y.... aquí comenzó la aventura. Luego de andar más de lo esperado y no encontrar nada conocido, nos percatamos que estábamos perdidos, debiendo tomar posiciones. Gente de pie atrás de la camioneta, GPS alerta, luces altas y linternas. Nos ubicamos un poco, nos dimos unas vueltas, pero no aparecía ningún sendero, así Camilo Rada partió con el GPS hacia el campamento, para hacer camino desde allá y Ricardo Demarco con Javier Rivera (Geografía) se adelantaron a la camioneta para buscar camino, y lo encontraron, de hecho llegaron al campamento asustados, corriendo y gritando ¡¡Un Lobo, Un Lobo!!, lo que generó una rápida salida de gente de las carpas, donde Pablo Torres (Física UC) dijo: "¿Cómo va a ser un Lobo, debe ser un Zorro, de qué porte es?" - "como de 50 por 80" (no se supo si era rectangular o cilíndrico), - "No, no puede ser"...... Y así siguió la discusión acerca del Lobo, en un tono que hacia creer que eran 50 por 80 metros más que centímetros. Finalmente, todos llegaron al campamento, incluso la camioneta. Y, mientras Ricardo y Javier contaban de cómo escaparon de ser devorados por un lobo extraviado, de pronto los focos de la camioneta dejaron ver al "LOBO", un pequeño zorrito que por el tamaño parecía ser zorro Chilla (el más pequeño de la zona), nos miraba con cara de ¿quiénes son éstos y por que no me tiran unas chuletitas?; así lo pudimos observar bastante rato, hasta que finalmente se marchó llevando consigo la leyenda de "El Lobo de Monturaqui" un monstruo que viajaba en un meteorito y que ahora se dedica a perseguir y comer expedicionarios extraviados. Los recién llegados nos volcamos a labores culinarias, luego de las cuales nos reunimos todos en las carpas grandes para conversar y planear el próximo día, día que nos vería despedir este hermoso paraje. Así terminábamos exitosamente otro de los objetivos de la expedición: "Encontrar Tilocalar". De esta forma, y muy satisfechos, volvimos a nuestros acogedores hogares nortinos, incluso quienes queríamos observar el cielo, pues esa noche las nubes nos forzaron a acostarnos y descansar lo suficiente al menos esa vez.




CAPÍTULO QUINTO: VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA

La mañana de nuestro último día en Monturaqui se transformaría en una batalla campal contra el tiempo y los elementos. Habíamos acordado que se irían en la primera partida quienes primero estu-vieran listos, y por algúan motivo la mayoría quería irse temprano; por el contrario, un pequeño grupo nos la tratábamos de ingeniar para poder permanecer unos días más junto al cráter. El desarme de algunas carpas fue impactantemente rápido, igual rapidez con la que iban copando los lugares en las camionetas. Al acercarse el momento de la partida se produjeron algunos problemitas pues muchos querían partir, sin embargo, gente filántropa y de gran criterio se postergó en un gesto altruista para que sus compañeros pudieran partir primero (esto no sin antes unas buenas discusiones, tirones de mechas, etc., pero sabemos que es altruismo al fin y al cabo) ¿hermoso no? Sin embargo, antes de la partida del primer grupo de gente, hubo tiempo para muchos de sacar sus últimas fotografías del cráter, además de, por supuesto, la foto oficial de todo el grupo de expedicionarios en Monturaqui. Luego de salir la primera partida de camionetas, nos percatamos que teníamos una larga tarde por delante, y así empezamos a preparar lo que sería el... «Viaje al centro de la Tierra», o tal vez sólo en dirección al centro, pero bueno, esa es la idea. El asunto es que en una de las laderas interiores del cráter, una de las primeras expediciones construyó un pique, del que sabíamos sólo por vagas referencias, y que a primera vista parecía un hoyo de sección transversal cuadrada, de un metro ochenta de lado, aproximadamente, y una profundidad de siete metros. El equipo que teníamos era más que suficiente: arneses, mosquetones, descendedores, cordines, cascos, linternas, etc.; de hecho teníamos como 110 m de cuerda. El problema era «dónde diablos anclamos la cuerda». Los constructores del pique habían dispuesto para la excavación del mismo, un trípode de madera que en sus años debió ser muy resistente y que servía para sacar el material extraído durante la excavación por medio de un balde, cuerdas y una polea. Pero el tiempo lo había deteriorado a tal punto que estas antiguas vigas no parecían más que una gran aglomeración de astillas secas. Luego de un análisis serio y las correspondientes discusiones, nuestro veredicto fue: «a falta de pan buenas son las tortas» y pusimos el anclaje en el añejo trípode; ahora sólo nos faltaba probar si éste nos soportaría.

Camilo Rada se ofreció voluntariamente (dedocráticamente) como conejillo de Indias para probar la resistencia del anclaje. Así, luego de colgadas tentativas, finalmente dejó caer todo su peso sobre las envejecidas vigas, las que repondieron bastante bien (efectivamente respondieron, es decir ¡»hablaron»!). Así se descendió lentamente por el pique recogiendo muestras y sacando fotografías cada aproximadamente 1,5 m. Ya avanzados unos cuatro metros se veía próximo el fin de la aventura, pero al bajar nos comenzamos a percatar de algo pecu-liar, algo extraño: una pequeña cavidad en el fondo de la pared norte del pique; bajábamos más... no, no tan pequeña, bueno, mediana... y seguíamos bajando, hasta que finalmente, ya en el fondo (7 m), la cavidad se transformó en un túnel cuyo fondo se perdía en la oscuridad. Nos percatamos que la aventura estaba recién comenzando. Aquí nos dimos cuenta que la linterna frontal que Camilo llevaba adosada al caso serviría para algo, pues al comienzo parecía sólo un artilugio «para la foto». Comenzamos a adentrarnos en este tramo horizontal del pique; era impresionantemente amplio, a casi todo su largo permitía caminar absolutamente erguido. Nos adentramos poco a poco, y el pique continuaba, la excitación crecía y cada paso nuevo era absolutamente inesperado; a poco andar ya nos sentíamos como aventurados espeleólogos. Finalmente, tras llegar al fondo y volver corriendo para informar al resto del grupo de la longitud exacta del pique, se escuchó: «es más largo que la... recorcholis». Luego, recorriendo mejor, nos encontramos con momias naturales de un muestrario de la fauna del lugar: tres especies de roedores, escarabajos, saltamontes, etc. Finalmente la longitud del pique resultó ser de 23 m, de los cuales 7 eran verticales y 16 horizontales. Luego se aventuraron a bajar Marcela Palomino y Ricardo Demarco. Más tarde Marcela y Camilo se dedicaron a extraer las muestras que traeríamos a Santiago y a sacar varias fotografías, mientras hacíamos el experimento de escuchar desde el fondo del pique los pasos de quienes estaban en la superficie. La idea era poder estimar de esta forma el grosor de la capa de roca que cubría a quienes se encontraban bajo la superficie. Caminaron los dieciseis metros y sí, «¡sí los oímos!», «¡sí los escuchamos!» gritaban desde las profundidades, pero los de la superficie no escuchaban, y comenzaban a pisar más fuerte y a saltar, y comenzaba a caer polvo del techo del pique; y a saltar más alto, y caían piedrecitas; más fuerte y caían piedras; y Camilo Rada, quien además no estaba con casco, tuvo que salir corriendo para detener a los entusiasmados «saltarines» y así evitar el colapso del pique. Luego de observar todo lo observable, y fotografiar todo lo fotografiable, nos retiramos subiendo por la cuerda con un lento y complejo sistema de nudos (machard). El último debió subir la mochila a su espalda cargando así a la cuerda su peso más el de la gran cantidad de piedras que llevaba, lo que al iniciar el ascenso fue terminantemente rechazado por los que estaban arriba, pues ellos podían escuchar los «quejidos» de las vigas. Se subió primero la mochila y luego al último de los integrantes de nuestro «viaje hacia el centro de la Tierra», quien ya en la superficie fue informado de que las vigas parecían casi quebrarse en su primer intento de remontar la cuerda. De esta forma habíamos terminado nuestra última tarea en el cráter, y nos quedaba tan sólo esperar el regreso de las camionetas, para que se llevaran a los que quedaban y trajeran noticias a quienes querían permanecer aquí unos días más.

La espera fue tranquila, disfrutamos de una abundante olla comunitaria (8 personas) de lentejas con arroz, mariscos y longanizas, lo que a estas alturas del partido era casi de ensueños. Pocas horas antes del ocaso llegó Axel Bonacic conduciendo la camioneta y trayendo dos terribles noticias. La primera era que todos los planes que permitirían permanecer un tiempo más a quienes querían quedarse habían fracasado, y la segunda, que a la otra camioneta se le había roto la caja de cambios. Así, tras reactivar nuestro sistema nervioso central y pensar un poco... mmmmmmm... una camioneta + un chofer + 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 personas (un poco de ayuda con los dedos) = 9 ¡Nos vamos a tener que ir los nueve en una camioneta!. Al comienzo nos complicamos un poco, pero después nos dimos cuenta que era muy fácil: tres adelante y seis atrás, ¡obvio! Partimos; impresionados de cómo pudimos caber y por supuesto de cómo todos sacamos a relucir nuestras dotes de contorsionistas; iban cuatro en el asiento de atrás sentados, dos semiacostados sobre ellos, y dos en el asiento del copiloto (por un momento se llegó a pensar que se estaba en el interior de una enana blanca). A veces se escuchaban los quejidos de quienes llevaban incrustada la rodilla de un compañero en quién sabe dónde. Al poco tiempo hicimos una parada en el campamento de los que levantaban las torres, con el fin de que cada uno reconociera cuáles eran sus rodillas y piernas, para que luego intentara salir caminando con ellas. Después de un rato todos lo lograron, no con pocos inconvenientes, pero lo hicieron. Ya más acomodados y más «elongados» continuamos tranquilos, aunque era recurrente aquel clásico dolor y profundo sopor de aquellos miembros que es imposible acomodar. La situación fue similar hasta que... ¡Aleluya!, apareció el otro chofer en una nueva camioneta, repuesta eficientemente por la empresa que nos las arrendó. Así nos pudimos ir, cinco por camioneta como es debido, aunque el contraste nos hacía creer que disponíamos de un enorme espacio. Llegamos finalmente a nuestro cuarto campamento en el poblado de Toconao, donde nos asentamos en la hermosa «Quebrada de Jerez», una selva si la comparamos con nuestro anterior asentamiento. Comimos y compartimos las experiencias del día. Ya más avanzada la noche, compartimos chistes y un vinito en torno a una fogata a duras penas mantenida. Poco a poco la gente fue volviendo hacia sus respectivos «hogares», aunque cuatro sobrevivieron al cansancio estimulados por apasionantes conversaciones de «sobrefogata» que no menguaron hasta que el Toro y Orión se alzaran sobre el horizonte acompañados por la claridad que anunciaba un nuevo amanecer.




CAPÍTULO SEXTO: EL PRIMER ADIÓS

Un nuevo día comenzaba, pero esta vez un maravilloso verdor esperaba al salir de las carpas o al abrir los ojos, pues algunos, aprovechando el benigno clima de la Quebrada de Jerez, durmieron directamente bajo las estrellas, despertando sólo al salir aquella tan particular que calentaba, calentaba y despertaba a aquellos sumidos en el sopor. El ánimo era tranquilo, todos nos sentíamos satisfechos de los agitados días en Monturaqui. Nos disponíamos a emprender el regreso, ahora por el norte del Gran Salar, pasando por San Pedro de Atacama donde se produciría «El Primer Adiós» y finalizaría oficialmente esta primera expedición. Los días de mayor actividad y tensión quedaron atrás. Cada quien pudo dormir y descansar hasta más tarde de lo que se había acostumbrado en la última semana. Algunos aprovecharon de tomar un refrescante baño matinal en la Quebrada, con el que se fueron los olores, colores y sabores, que nos acompañaron durante nuestra estadía en Monturaqui, otros (escapando de los metales pesados contenidos ahora en el estero) salieron a recorrer el entorno. Sólo una misión había que cumplir ese día: devolver a la hora las camionetas de la expedición. De esta manera, a medida que transcurrían los segundos y el horario del reloj se acercaba a las doce, las carpas comenzaron a ser guardadas y las camionetas a ser cargadas. Nuevamente había que hacer el ya tradicional doble viaje para trasladar a los expedicionarios desde Toconao hasta San Pedro. Ya de regreso, las camionetas fueron cargadas una vez más y los últimos del grupo dejábamos ese hermoso rincón de Chile, donde se hace difícil creer que se está en el desierto más árido del planeta. Así emprendíamos viaje a San Pedro de Atacama, otro hermoso lugar al norte del Gran Salar. El relajo nos hizo disfrutar al máximo la belleza del entorno: el impresionante desierto a la izquierda y la imponente Cordillera de Los Andes a la derecha, morada del vigía de Atacama, el volcán Licancabur. Al llegar a la plaza principal de la ciudad, nos encontramos con todos los compañeros que ahora tendríamos que despedir. Debíamos ahora, preparar rápidamente los vehículos para el viaje de retorno a Antofagasta.

Algunos de nosotros habíamos decidido permanaecer unos días más en la zona, con lo cual se facilitaba el transporte del equipo y de aquellos que retornaban a la capital. Las camionetas fueron cargadas por última vez. Apretones de manos, besos, abrazos y buenos deseos finalizaban la expedición. Todos nos sentíamos muy felices y satisfechos por el éxito conseguido y porque todo lo planeado se había llevado a cabo en muy buena forma. Hasta ya se hablaba del próximo regreso al cráter, por lo que éste era sólo un «primer adiós» a Monturaqui. Las muestras, ya embaladas y etiquetadas, fueron subidas al transporte de forma que llegaran a Santiago a la brevedad, para así ser llevadas a la Universidad Católica. Ahí, las muestras serían «interrogadas» sobre la edad del cráter. Con el gran volcán (Licancabur) de fondo, y en medio de despedidas, las camionetas encendieron motores y rápidamente dejaron San Pedro, tomando rumbo a Calama. Decimos rápidamente porque los vehículos debían estar alrededor de las 19:00 h en Antofagasta, para ser devueltos a la empresa Rent-a-Car. Si la mayoría piensa que aquí nuestra aventura había llegado a su fin, están todos muy equivocados... Eran alrededor de las 17:30 h cuando las camionetas nos dejaron en San Pedro, por lo que si nos ponemos a sacar cuentas, estas deberían literalmente volar para poder así estar a la hora en Antofagasta; de otra forma tendríamos que pagar un recargo por atraso. Por supuesto es muy difícil hacer volar una camioneta, con lo que era un hecho que nuestros compañeros no llegarían a la hora. En efecto, el grupo de avanzada, alrededor de las 19:00 h se comunicó, desde Calama, con la empresa de arriendo de vehículos. Era casi seguro que deberíamos pagar dinero extra por el atraso (dinero que, por otro lado, no se tenía). Sin embargo, surgió una última oportunidad; la compañía que nos arrendaba nos aceptaba llegar tarde, pero con la condición de que deberíamos devolver las camionetas ese mismo día en sus oficinas del Aeropuerto Cerro Moreno, a más tardar a las 21:00 h. Los conductores de turno debieron, entonces, transformarse en verdaderos pilotos de fórmula uno para cumplir el objetivo. Velozmente, cruzaron el desierto por la Panamericana. En un momento se pensó que lo lograrían. A las 21:00 h se encontraban en la ciudad, ¡perfecto! ¡magnífico!... pero... ¿quién dijo que el aeropuerto quedaba cerca de la ciudad? Tan rápido como fue posible, ambas camionetas emprendieron rumbo al aeropuerto. Pero lamentablemente, al llegar, la oficina de arriendo ya había cerrado, por lo que todo aquel tremendo esfuerzo había sido en vano. Cabe mencionar que todos quienes nos encontrábamos en San Pedro, ignorábamos por completo lo que le ocurría a nuestros compañeros en Antofagasta.

Ya más tranquilos, y sin haber podido devolver las camionetas, decidieron buscar un lugar donde «caer». La única referencia exacta era la residencial El Cobre. Una vez alojados salieron a relajarse, aunque su única preocupación era la entrega de las camionetas y la excusa a usar de forma de no pagar más dinero por el atraso. Por eso, nadie pudo imaginar, ni siquiera sospechar, lo que iba a ocurrir en el transcurso de las horas. A la madrugada siguiente (3 de la mañana), uno de los conductores de la jornada anterior, Enrique Romero, se encontraba muy enfermo, con un gran dolor de estómago y de cabeza. Los vómitos lo obligaban a estar constantemente en el baño. Síntomas parecidos, pero no tan extremos, aquejaban al expedicionario Francisco Burgos. Curiosamente, sólo ellos dos habían comido chucrut la noche anterior. Ya salido el Sol, y al no verse ninguna mejoría, se decidió llevar a Enrique a la clínica, mientras una de las camionetas era devuelta. En la clínica se le diagnosticó una gastroenteritis con principio de intoxicación, por lo que fue atendido de urgencia. Ya más aliviado, debido a las drogas que se le suministraron, y una vez dado de alta, Enrique fue llevado en camioneta al aeropuerto, pues debía viajar en pocas horas más a su casa en Puerto Varas. Las personas que fueron a dejar una de las camionetas esperaban preocupados pues la otra no llegaba. Finalmente la camioneta hizo aparición, sin embargo, ésta se encontraba sin sus documentos. ¡Recórcholis!... ¿Dónde quedaron los documentos de la camioneta?... Se les buscaron sin éxito por toda la residencial. Enrique había sido el conductor de aquella camioneta, el día anterior, por lo que era el único que debía saber, era la última esperanza. Peeeeero: El ya se encontraba en el aeropuerto, a punto de embarcar. Por los altavoces del terminal aéreo Enrique pudo escuchar su nombre. Luego, por teléfono, nuestro compañero Pablo Torres trataba de hacer que Enrique recordara donde quedaron los famosos documentos. En la conversación se hacía evidente el efecto de los medicamentos sobre nuestro intoxicado conductor próximo a viajar. De pronto, Enrique se acordó: «¡están en mi mochila!». Pero... Oops... problemas, la mochila ya estaba en el avión. «Murphy, una vez más, triunfaba». Todo lo que podía salir mal, salió mal. En fin... luego de algunos minutos, la mochila fue desembarcada del avión y los documentos fueron recuperados. La persona encargada en las oficinas de la empresa de arriendo hizo los arreglos para que los documentos fuesen devueltos en la sucursal del aeropuerto. Al fin, todo se solucionó, y lo mejor de todo es que no nos cobraron ni un cobre. Finalmente, tras solucionar un problema con un «escape de gas» dentro de su mochila, Enrique pudo tomar su vuelo a casa, mientras que el resto de la gente en Antofagasta pudo emprender un feliz retorno a la capital. Nosotros, los autores de este artículo nos quedamos unos días más en San Pedro, junto con otros compañeros, disfrutando de tan hermoso rincón de nuestro país y contemplando cómo la noche iluminada de estrellas se junta con el vasto e imponente desierto; noche que nos mostró maravillas, como por ejemplo la vista de M33 sin más que nuestros propios ojos. Así a la vista de la partida ya hacía pensar en volver. La promesa está hecha: volveremos.






Expedición Monturaqui 1999


CAPÍTULO SEPTIMO: MONTURAQUI 1999

En el mes de julio en día 25, del año 1999, partió hacia el árido desierto de la segunda región, una nueva expedición al cráter de Monturaqui, esta vez conformada por 10 personas, integrada en más de un 50 % por miembros de ACHAYA (Asociación Chilena de Astronomía y Astronautica); el resto eran estudiantes de física y astronomía de la Universidad Católica. Los objetivos finales se cumplieron íntegramente, partiendo por una rápida aproximación al cráter, el que fue encontrado en sólo un día y sin percances. Se encontraron a su vez mejores muestras que la vez anterior, y así nos convencimos de que «más vale maña que fuerza», pues con menos de la mitad de los participantes, pero con una pizca más de experiencia, pudimos llevar a cabo una búsqueda con resultados bastante mejores que la vez anterior. Ya con las muestras en la mano realizamos, por recreación y para mejorar el registro gráfico del cráter, una ascensión al cerro Tambillo (3317 msnm), el que se encuentra a poco más de 2 km del cráter y aproximadamente 330 m más alto, lo que permitía una vista nueva y muy útil del cráter; todo esto además de una hermosa vista del desierto y la imponente y volcánica Cordillera de los Andes. Como último punto y el más importante, les contamos que los dosímetros dejados para poder luego realizar la datación por termoluminiscencia, fueron encontrados en perfectas condiciones y exactamente donde los dejamos. En resumen, nuevamente la expedición fue completa y exitosa, desde un punto de vista científico y humano.

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